Línea 40: Un cuento de lo insólito que defiende la dignidad humana del “tipo mugroso” y “tipo despreciable”

Ryan Lynch
13 min readMay 21, 2024

El cuento de lo insólito que se titula Línea 40 fue escrito por la escritora española Patricia Esteban Erlés y fue publicado en 2008 en su primera obra titulada Manderley en venta. Erlés pertenece a una nueva corriente de lo insólito español, que nos trae lo insólito a través de nuevas formas, como por ejemplo en este cuento, la cirugía plástica. El título se refiere a una línea de autobuses en la que lleva al protagonista, Gonzalo Salinas, desde el hospital a su piso. Es por ese corto viaje de autobús que el trama se desarrolla y de que él va teniendo un diálogo interior sobre personas marginadas que cruzan su mente (Venancio, el vagabundo) y camino (Marta, la prostituta). Su apatía hacía la pobreza, plasmado por sus pensamientos sobre Venancio, y la sexualización de Marta durante su reencuentro, es el material que Erlés nos ofrece criticar. Que a pesar que le quedan seis meses de vida, que se aísla de los demás como si fuera una persona marginada, su desgracia no es suficiente para cambiar su forma de ser, que es brusca, machista y clasista. Al final, el encuentro inesperado con otra prostituta transformada en una actriz, nos revela, a través de este elemento insólito, que en la sociedad ya hay varios vivos, maltratados por la sociedad, que ya se sienten muertos, con sus identidades deshumanizadas y reprimidos.

El autobús, simbólicamente al revés de lo que representa Gonzalo en la sociedad, sirve para criticar los seres privilegiados que se han hecho rico pero por hacerlo, se han entumecido emocionalmente, efectivamente, como el protagonista, perdiendo sus vidas. Entonces el autobús, es el material metafórico que Erlés utiliza para su crítica. Es la parada de autobús dónde lo encontramos esperando, encargado con la angustia tras su diagnóstico de un cáncer de pulmón mortal. Es un espacio muy expuesto, un lugar temporal dónde sufre del frío el vagabundo que pernocta, como Gonzalo recuerda. Es tal vez el único espacio que reuniría a las dos personas, cuyas vidas, aunque sean de clases sociales opuestas, se encuentran en peligro. Hay que entender que él solo sabe de su nombre, Venancio, a través de los celadores que a Venancio le traen los restos de cena del hospital. Es un pequeño detalle donde notamos su distancia emocional con seres marginalizados y angustiados. El título ya llama nuestra atención por el papel que tiene; el autobús no solo sirve literalmente para transportarse, sino también es un vehículo potente para poner en perspectiva su vida con la vida de los otros. Erlés crítica una sociedad occidental dónde los seres priorizan más sus propias carreras, placeres y fetiches sexuales.

Si no tuviera en la mano la foto de radiografía de su tumor, por lo cual contempla arrojar en la papelera donde el vagabundo va hurgando, Venancio probablemente le quedaría olvidado. Es decir, si no tuviera cáncer, no habría pensado en él y su desgracia, que ahora tras su propia caída de gracia piensa, no con la empatía sino con la envidia que seguirá viviendo. Se piensa: “…le regalaría encantado su destino, incluso intercambiaría con él su futuro, que a simple vista parece más miserable, pero también mucho más largo” (Erlés, 2019: 54). Se da cuenta, por tan exitoso, rico se ha hecho, “…le regalaría encantado su destino…” con Venancio, dondequiera que esté, lo que sea su sufrimiento. No quiere que “…un tipo mugroso encuentre consuelo en…[la foto de la radiografía]… le resulta a Gonzalo todavía más insoportable que cargar con esa fotografía de su muerte en crecimiento.” (Erlés, 2019: 54). Son dos pensamientos sucesivos que no enseña que él ya sufría del frío por ser una persona entumecida y ahora es él quien sufre de un frío escalofriante que le quedan solo seis meses de vida.

“La sola idea de que un tipo mugroso encuentre consuelo en las sombras blancas y redondeadas que invaden la zona inferior de su pulmón izquierdo le resulta a Gonzalo todavía más insoportable que cargar con esa fotografía de su muerte en crecimiento. Si al menos así pudiera trasplantarse su infortunio, si al mirar la radiografía ese tumor en estado de gracia pasara a pertenecerle a él de por vida, Gonzalo le regalaría encantado su destino, incluso intercambiaría con él su futuro, que a simple vista parece más miserable, pero también mucho más largo.” (Erlés, 2019: 54)

Al final, Gonzalo, siendo muy frío, no arroja lo que podría haber traído un poco de consuelo a este “tipo mugroso” hurgando por la basura para sobrevivir. Que le llamaría este, es muy reveladora: a pesar del hecho que sabe su nombre, llamando a esta persona un nombre tan deshumanizante, parece asegurarse que su vida no tiene nada que ver con la suya. Después de todo, Venancio pertenece a una clase de gente casa olvidada por nuestra sociedad, homogeneizada por etiquetas inhumanas. Por la vida cotidiana, Gonzalo no pensaría dos veces que está tirado en el suelo con cartones, bebiendo con una caja de vino y sufriendo del frío, si no tuviera un infortunio peor que el suyo. Ve que sufre el vagabundo a través de su inmerecido infortunio, pero no tiene empatía por una persona cuyo sufrimiento está integrado en su identidad.

Esta deshumanización se extiende por su la caracterización de otra persona que le da asco, por razones personales pero también hay integrado el clasismo de su ser. El hombre que su ex-novia Berta, le engañó es “…un teleoperador alcohólico del 061…” (Erlés, 2019: 56). Relativamente a él ocupa una posición social más baja siendo un teleoperador, y que es un borracho tampoco hay algo redime en su carácter a parte del hecho escribe bien poesía. Nos queda sin su nombre, porque este hombre es deshumanizado, como Venancio fue, según a Gonzalo es “…[un] tipo despreciable que muchas veces llega medio borracho al hospital…” (Erlés, 2019: 57). Aunque sea una persona como así, un “tipo despreciable”, Gonzalo también con él “le regalaría encantado [su vida]…” (Erlés, 2019: 57). No solo les deshumaniza los dos de estos tipos inferiores, sino que regarles su destino condenado a la muerte, como si ellos no hubieran sufrido bastante de pobreza, alcoholismo o lo que sea. Entonces, diagnosticamos además que el cáncer es una enfermedad del clasismo, un odio por los tipos inferiores.

Pero esa pared emocional, digamos, se asumiría que debería haber desaparecido y que ahora su vida también, por una forma comparable, le resulta en fracaso. Pero sigue viendo la relación entre él y el vagabundo a través de forma deshumanizante. Entonces le resulta fácil, sin remordimiento, aunque sea muy repugnante, regalarle con entusiasmo su cáncer mortal. Con desdén, él piensa “estos vagabundos no se mueren nunca…” aunque su supervivencia diaria no sea garantizada (Erlés, 2019: 54). Se nota que Gonzalo deja de llamarlo por su nombre, aunque lo sepa, que ayuda alejarse emocionalmente de una persona, que pertenece a esa clase de gente deshumanizada cuyo sufrimiento es normalizado.

Implícitamente, hay la idea que el sufrimiento de un sere de clase alta es inmerecido, es más trágico, amargo para tomar, como su caso, que “un tipo mugroso” que se va ensuciando cada día o “un tipo despreciable”. Su diagnóstico inesperado, por toda su crueldad, ha caído a una persona que ha disfrutado lo máximo privilegio que la sociedad puede ofrecer: una posición estimada con la estabilidad económica que permite una vida lujosa. Mientras Venancio vaya muriendo de hambre, muriendo del aislamiento social, es anormal, y por eso algo más cruel que algo le pasaría a un jovén médico de urgencia. Gonzalo refleja que en su vida “…todas las piezas encajaban, cómo todas las casillas tenía premio…” y por eso entiende todo como si fuera un racha de suerte, que de repente, ha acabado (Erlés, 2019: 56).

La inhabilidad de empatizar con Venancio es una reflexión de un hombre que dirigía una vida con las preocupaciones que últimamente iría entumeciendo emocionalmente. Él recuerda que cuando le dieron una plaza de médico en el hospital, su primera ocupación fue comprar un nuevo coche para marcar su estado. No escuchó el llanto de su pobre paciente quemado, ni su propia hambre, él se fue con mucha prisa por la lluvía.

“No se entretuvo en comer, y ni el llanto del bebé de dos años, recién ingresado con un mapa de quemaduras severas arrasando más del setenta por ciento de su cuerpo, ni la lluvia torrencial que caía fuera cuando salió a la calle, lo disuadieron de ser feliz al más puro estilo masculino. Se marchó zumbando del hospital y echó a andar sin paraguas, porque había decidido celebrar su recién inaugurada estabilidad económica comprándose un coche nuevo en el primer concesionario que le saliera al paso.” (Erlés, 2019: 55)

Implícita aquí es la crítica de nuestra jerarquía de prioridades. Parece que de escoger su carrera, estaba más motivada por tener una vida lujosa que cuidar pacientes de preocupación. Esta celebración, si se puede llamarlo una, de ir a un concesionario de automóviles, no es compartida con seres queridos y nos resulta muy deprimente. Su felicidad es una del “…más puro estilo masculino” que si fuera una mujer no estaría contenta con la condición del bebé en la mente, no aguantaría la lluvía para hacer una compra impulsiva, impulsado por el egotismo. La compra es una acción muy fría en el contexto, la hambre que tiene es para ser un propietario de un Audi azul marino. No le importan los llantos del bebé. La compra es para alimentar una parte de su ser egocéntrico, que es muy vació emocionalmente.

La entrada del elemento insólito no es un asalto inmediato, pero se integra dentro de la apariencia de una antigua compañera del instituto, que se llama Marta. Es ella quien le reconoce en el autobús, pero Gonzalo no acierta a reconocerla. Su primera impresión es que ella se parece a la actriz Julia Roberts. Gonzalo se fija en “…esa cara clónica…” y se da cuenta que se ha transformado (Erlés, 2019: 58).

No hay duda de que se ha hecho cirugía plástica en el pasado, porque su antigua cara es irreconocible: “…a partir de su sonrisa enigmática, apenas insinuada en el perfil de los labios esculpidos con pulso certero cuando empieza a desenterrar otro rastro del pasado” (Erlés, 2019: 58). Es un rasgo de lo insólito por ser un extrañamiento de lo real, es decir, que es posible en nuestra vida, pero nos queda incomodó.

Aprendemos que Marta para Gonzalo era la única mujer por su belleza fue apremiado el título miss Instituto José Manuel Blecua por tres años consecutivos. Era la chica más guapa del instituto por la que todos suspiraban y a Gonzalo le resulta una pena que “…queda nada del hermoso cervatillo a los quince años…” (Erlés, 2019: 58). Se fue a Madrid a estudiar arte dramático para formarse como actriz, sin embargo su carrera está bastante parada. Gonzalo, mientras le está contando, sigue fijándose en su cuerpo transformado: “Se ha operado las tetas también, y me parece que no lleva nada debajo, joder, joder, qué morbo” (Erlés, 2019: 59). No parece el hermoso cervatillo con el sueño de ser una actriz, la lástima es que su vida fue cambiado, su identidad literalmente perdida por el quirófano, no por el plató de cine. Su vestimenta, forma de cuerpo y la cirugía plástica Se da cuenta que su antigua compañera del instituto es una prostituta.

Un sentido de nostalgia y humillación es discernible en el compartimiento de Marta por su reencuentro con Gonzalo. Se nota primero su alegría de haber reconocido a su antiguo compañero de antiguo: “¿Gonzalo?, ¿Gonzalo Salinas?, no me lo puedo creer, ¿eres tú?” (Erlés, 2019: 57). Aunque sea una interacción inesperada bastante normal, un recuento de un antiguo compañero, con más contexto que lo que le ha pasado, volvemos a apreciarlo mejor. El reencuentro marca un momento tan diferente como la última vez que estuvieron juntos. La última vez habría sido cuando compartían un pupitre en la escuela. Hay que apreciar esta diferencia para lo que es. Era un tiempo cuando se quedaba con su propia belleza, antes de transformarse, antes de ser consumido por una industria tan tóxica. Era un periodo muy diferente, de inocencia. Por eso, “Ella le escucha interesada y parece bastante contenta de habérselo encontrado tanto tiempo después…” (Erlés, 2019: 60). Nos damos cuenta que debe anhelar regresar a un tiempo antes de estar sometido a la prostitución. También, no estamos seguros si lo que le dijo sobre su situación actual es verdad. Le contesta que “…le va saliendo trabajos aquí y allá, algún bolo como azafata y modelo de publicidad.” (Erlés, 2019: 59). Si volvemos después de entender el fin a este momento, quizás dudamos la veracidad de esta cuenta. Puede ser una mentira para ocultar la vergüenza de ser una prostituta. Además, ya hay la vergüenza de aparecer en la vida de su antiguo compañero como una mujer transformada en Julia Roberts. Lo que este elemento perturbador, de la transformación, hace es que nos llama nuestra atención a la vergüenza de ser una prostituta, está bien integrado en como se ve a sí misma. Es algo estar ocultado en una charla. La vergüenza, entonces, es otra fuerza opresora diaria que se les somete. La humillación de confesar que es una prostituta, cuando ya es evidente por la ropa que lleva y su cara transformada que es una.

Gonzalo no parece moverse emocionalmente de la profundidad de esta lastima, no solo es un testimonio de su insensibilidad sino de su latente machismo. Sus deseos sexuales de conquistarla regresan de sus días escoleros y la va sexualizando durante la conversación: “Gonzalo mira con disimulo sus magníficas piernas…Marta le habla de algunos anuncios de televisión que ha hecho y a él no le suenan, pero la verdad es que tampoco le prestan demasiada atención” (Erlés, 2019: 59). Gonzalo parece comprender la lastima de su caída de gracia, pero está plagado con sus propios motivos de conquistarla.

“Ella está llena de vida, a pesar de que por exigencias del guión haya debido renunciar a su propia belleza y copiar la de una actriz comercial para abrirse camino, a pesar de que está claro que no ha cumplido ni la mitad de sus expectativas. Es muy probable que algunos de sus sueños se hayan ido quedando desparramados en una mesa de operaciones, pero aún es joven y hermosa.” (Erlés, 2019: 60)

Otra vez, Gonzalo es incapaz de empatizar, de comprender la gravedad de su tragedia. Su entendimiento de su situación es integrado con su sexualización de ella, con el fin de tenerla. Por todo lo que le ha pasado, el fracaso de sus sueños, la pérdida de su propia belleza y todo el trauma psicológico y física que viene de ser una prostituta, ella es redimible por ser aún joven y hermosa. Esta objetivación luego va más allá el fin de conquistarla, pero de, otra vez, cambiarse por ella. Él dice, “Desea acercar su rostro, tomarla del pelo con fiereza y besarla, poseerla del todo, mejor aún, cambiarse por ella, convertirse en ser así de vivo…” (Erlés, 2019: 60). Es un pensamiento inquietante. Con Venancio solo su cuerpo vivo era de utilidad para seguir viviendo, pero con Marta, además cambiarse con ella quiere aprovecharla sexualmente. Gonzalo nos parece como un parásito en este contexto, pero quizás siempre ha sido como uno, emocionalmente entumecido con las ganas de aprovechar un ser inferior, incapaz de resistir.

Es el fin del cuento dónde los efectos de lo insólito se presentan, por el suspense y el desasosiego provocado por el lugar dónde Gonzalo se encuentra perdido en. Él sube el ascensor de un edificio que no es del doctor de oncólogo, doctor Cerezuela, que iba a consultar la radiografía. Si es el destino o una extraña ocurrencia le lleva hacia allí, se deja llamar al timbre y se pone nervioso de escuchar el sonido de tacones femeninos acercando. Gonzalo, “Sabe que una mujer le vigilia a través de la mirilla y se siente cada vez más nervioso” (Erlés, 2019: 62). Aparece una mujer, como Marta, que se ha transformado para aparecer la doble exacta de Angelina Jolie. En el fondo él ve una placa que cuelga que pone el nombre del establecimiento: Stars. Una compañía de cine. Inferimos que es aquí dónde ha ido Marta, que llegó tarde, porque la prostituta te dice que tiene que apresurarse, porque hay otro cliente que esperaba por “las actrices”.

Este fin extraño es apretado con críticas profundas de una sociedad machista que consume y conforma a las mujeres a su gusto. La genialidad de Erlés es por la idea insólita, de su transformación mandada por la compañía, no es fuera de lo común, de lo que vemos en nuestra sociedad que empuja mujeres a cumplir estándares peligros. Recordamos que el sueño de Marta era formarse en el arte de cine, hacerse exitosa cómo una actriz. Entonces hay una relación irónica que trabaja, después de haber clonado a Julia Roberts, para esta falsa compañía de cine. Niñas no esperan ser explotadas sexualmente y no se preocupan de tener que ir al quirófano. Que hay un establecimiento como Stars. Una compañía de cine es extraña, pero desafortunadamente, no es fuera de lo común. Reúne la idea de cómo la misoginia se manifiesta a través de la consumación de mujeres, por la industria de cine, la pornografía y la prostitución que sometemos a las mujeres a.

Parece que la imaginación sexual del jovén Gonzalo podría haber sido capaz imaginar una casa de prostitutas que se han transformado en actrices para apetecer los deseos sexuales de sus clientes masculinos. Marta, como una niña, sentada al lado de jovén Gonzalo, ya era el objetivo de sus deseos sexuales. Gonzalo recuerda esos deseos cuando le ve: “…soñaba a menudo que ambos se quedaban encerrados, desnuedos, en una especie de habitación lavadora que evacuaba litros de nata en lugar de agua. Toneladas de nata blanca y espesa que los cubría enteros mientras Marta y él se besaban, despidiéndose de la vida con toda la desesperación y la pasión de que eran capaces.” (Erlés, 2019: 59). La pobre Marta en su fantasía infantil ya está expuesta a peligro para cumplir este fetiche. Por toda su extrañeza, se puede enter, como esta fantasía infantil se va institucionalizando en la sociedad, en una scala con mucha capacidad de infligir daño. Entonces, la adulta forma de esta fantasía infantil, sería un lugar Stars. Una compañía de cine. Erlés incluye su sueño infantil para revelar que ya estaba sexualizándola y que la sexualización de mujeres empieza desde un jovén edad.

Para concluir, el insólito entonces captura la esencia de esta aspecta trágica de nuestra sociedad y se prueba capaz de criticarlo. El entorno del hospital parece construir el espacio adecuado para criticar una sociedad dónde los profesionales exitosos pueden cuidar pacientes de los que verdaderamente no se preocupan por, dónde van ignorando vagabundos que pernoctan los espacios públicos alrededor como la parada bus, y aún más, dónde mujeres se transforman para cumplir los peligrosos estándares masculinos de belleza. Qué extraño lugar como Stars. Una compañía de cine que existe no es fuera de lo común.

Es un cuento que nos enseña la insensibilidad masculina, representado por el carácter de Gonzalo se ha hecho rico pero por hacerlo, se ha entumecido emocionalmente y ha perdido su vida efectivamente. Es un cuento de defender la dignidad del “tipo musgoso” y “tipo despreciable” y las con sueños rotos, obligadas a transformarse y someterse sexualmente. Quizás si fuera lo suficientemente empático, no corrompido, sin codicia, entendería el durísimo sufrimiento que estas personas marginadas están condenadas y no querría cambiar su destino al final.

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Ryan Lynch

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